Hace años, una persona me propuso ir a Canarias a hablar en un congreso sobre las altas capacidades. Me preguntó: ¿De qué hablarías? Y yo me senté y escribí un cuento. Al final, no se consiguió la subvención que se esperaba y no pude ir. Pero aquí está el cuento que escribí. Es una versión de la fábula de la tortuga y la liebre, pero contada desde el punto de vista de la liebre.
La liebre y la tortuga
A la liebre, durante toda su vida, la educaron como si fuera una tortuga. Unas pocas personas se daban cuenta de que era una liebre, pero pensaban que no necesitaba una educación diferente por ello. El resto no se daba cuenta. Habían leído cosas sobre las liebres, como que eran capaces de correr 100 metros en 1 segundo. Y pensaban: “si realmente fuera liebre, correría más. No creo que sea liebre. A mí no me parece”.
Continuamente le reñían porque quería correr y saltar. “Qué pesada eres”, le decían, sin darse cuenta de que no lo hacía por molestar, sino que correr y saltar formaba parte de su naturaleza.
En clase, el profesor les decía: “Hay que correr 5 metros y tenéis media hora de tiempo. Liebre, si lo acabas antes, te lo haré repetir”. Liebre no lo entendía y protestaba. Ella había oído hablar de que se podía correr 100 metros…incluso 1 kilómetro…soñaba con el día en que le dejaran correr esas distancias.
Pero su profesor le replicaba: “no seas prepotente liebre. Si tú corres todo eso, tus compañeros se sentirán mal. Alguien debería bajarte los humos de una vez”.
A la hora del recreo, liebre se quedaba sola. Las tortugas querían jugar al escondite y se metían en su caparazón. Liebre quería jugar a correr y saltar. “Tienes que esforzarte” le decían, “tus compañeros son buenos chicos. Pon de tu parte para integrarte en el grupo”. Finalmente, la llevaron al psicólogo para que le enseñara habilidades sociales y aprendiera a relacionarse con los demás.
Algunos de sus compañeros le empezaron a poner motes y a reírse de ella. Al estar sola, nadie la defendía, y se fue aislando más.
Y así, poco a poco y sin darse cuenta, liebre se fue adaptando a lo que se esperaba de ella. Empezaba a correr, se despistaba con cualquier cosa y se metía en su mundo, y al rato volvía a correr y terminaba la carrera a tiempo y con buena nota. A veces algún profesor le decía: “creo que tú puedes hacer más, que no te esfuerzas lo suficiente”. Y como mucho le bajaba la nota por ello. Pero no cambiaba nada.
Y así vivió liebre hasta el día de la carrera. Y cuando perdió, todos se alegraron, porque por fin alguien le había bajado los humos. Porque liebre había perdido por vaga y presuntuosa. ¿O no?
Años después, tuve ocasión de participar en unas jornadas en las que, entre otras cosas, conté esta historia. Mi ponencia está en este enlace https://www.youtube.com/watch?v=UBJTXIOfJGg